He estado todo el día mirando un vaso.
Un vaso que guardaba el vacío. Se extendía por todo el espacio. Traté de meterme en sus cristales, y vi mi pasado derramado en el poso, pero no dolía, sólo estaba allí como estaba la planta en la esquina del cuarto, no pensé en nada durante mucho tiempo, ni en aquella escalera ni siquiera pensé en el vinagre que ya no condimenta nada y que está lleno de grasa en el armario de la cocina. Me sentía como se siente el vino en la botella, liberada de las agujas del reloj y del porqué del llanto de la hierva de mi jardín. Después creo que por error me tragué, y encontré un alfiler en la manta de lana y un dibujo horrible de alguien que estaba a punto de morirse y trate de huir pero estaba en pie toda la procesión de las tragedias. Ahora estoy escribiendo para engañar a la angustia, y hay media botella de whisky en el salón. Imagino que el vaso esté en el mismo sitio, pero intuyo que esta vez el vacío no vendrá. Sino los cuchillos y la carrera al precipicio, y un día, tal vez esta noche no, pero un día no pondré obstáculos, ni dibujaré bifurcaciones, un día, que no sienta desamparo, que no tenga amargura, no quiero ir allá con reproches ni maldiciendo escaleras, imagino un paseo por la arena, sintiendo el sol y la eternidad, ver los viejos amigos y planear juntos un viaje a Rusia, amar a un desconocido que esté despidiéndose de una ciudad, dejar un poema en un anuncio de periódico y luego ya de llorar de alegría, entonces sí.

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