Hay un declive que sigue la continuidad del impulso. Me detengo en el espacio en que es posible la poesía, pero una neblina de ausencia la apaga y me mueve al sótano donde se guarda el pensamiento, mientras lo busco el vacío inventa el llanto.
Y hacia la razón, testigo de la muerte se apaga la llama de la vida. No hay motivos para el llanto, como no los hay para la guerra, puedo pasar siglos buscando ahí mi pellejo, y sólo el escombro es la respuesta.
Me dejo caer en la entraña que quiere despojarse de la yaga, pero es así como se va cavando en la herida la muerte.

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