El candil dejó de lucir antes de que tus ojos se cerraran por última vez, en la oscuridad comprendiste lo inútil que sería detenerse. No pensaste en aquella mujer, ni en tu novela, ni en el atardecer en el mar, ni en la promesa a tu hermana. En tus últimos segundos no había nada. Sólo tu rostro más bello que nunca siendo parte por siempre de ese lugar apagado.

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