Mi vida y mi muerte está en lo que dejo escrito. A veces veo como se queman los papeles, ardiendo también los esbozos del alma que no pudieron ser. Tanta soledad habrá servido para poder tirar a la basura sin reproches los intentos. No tengo más que ésta vieja mesa con el paso de los recuerdos por sus cajones. Y mis recuerdos son como aquél país que cambió de nombre y de longitud, cuando tengo ganas de nostalgia suelo pensar en los veranos en que despertaba cerca del río huyendo de ésta ciudad. Ahora la ciudad se ha metido en mi ropa. Hasta el cementerio de la ciudad está bajo los calcetines. Y  voy exiliada de algo impreciso pero que golpea siniestramente lo cotidiano. Soy extranjera de mi misma y no entiendo mi idioma. Pero sueño con unos insectos asesinos que vienen de justicieros a envenarme de lo desconocido. Y me entrego con mi muerte a sus aguijones rojos y despierto con las manos convertidas en ojos de mariposa y decido pintar las paredes y embadurnar ese cuadro con otros colores. Y me pego a las farolas de mi noche y decido  morir por ansia de luz, luego vuelvo más cansada a pensar cómo empezó todo esto, pero me distrae enseguida una mancha en la ventana.

1 comentario:

mateosantamarta dijo...

Gracias por tu visita, amiga. Te confieso que a mi también me genera un poco de inquietud lo que escribes: ESO SIGNIFICA QUE TÚ O YO SOMOS SERES NO ACOMODADOS, que construimos nuestro día a día como sabemos y podemos, pero ¿se puede hacer otra cosa?
Un afectuoso saludo: INVENTARNOS ES VIVIR.