Un exilio atormentado brillando en la distancia que lubrica el no tener nada, apropia el jodido destino una tuerca oxidada de lágrimas que fueron nuestras, antes, cuando éramos inocentes, cuando cabía nuestro cuerpo en un autobús y era viernes y había calor y alegría y podíamos sentirnos, tocarnos, probarnos, cuando echábamos de menos las cicatrices. No sabíamos que diez años más tarde, tú ya habrías pasado solo por cientos de días y yo habría muerto bajo cientos de días, días como estrellas de fuego, como dientes afilados en la tierna carne.

1 comentario:

Soledad anacrónica dijo...

Debo reconocer que tienes una capacidad increíble para transformar en palabras aquellos sentimientos que pertenecen a un mundo abstracto y que yo rara vez los he visto plasmados con tanta maestría.

Un placer leerte.